TURISMO | Internacionales | 27/02/2021
A pesar de todos los recaudos tomados por los expertos y las autoridades médicas, muchas mujeres siguen siguen presentando ciertas dudas a la hora de tomarlas.
Cuando se legalizó la pastilla como método anticonceptivo en Estados Unidos en los años sesenta comenzó una nueva era en la que las mujeres por fin tenían el control total sobre sus cuerpos, y podían decidir cuándo quedar embarazadas. Aquellas primeras pastillas poco o nada tienen que ver con las que tomamos ahora: “Las dosis que se daban hace 60 años, cuando se empezó a prescribir la pastilla, eran en algunos casos hasta 12 veces la que se aplica hoy en día”, indica José Gutiérrez Alés, ginecólogo y presidente de la Sociedad Española de Contracepción (SEC). “Ya no se comercializan aquellos anticonceptivos, que provocaban toda una maraña de síntomas; hemos llevado las pastillas a la mínima dosis indispensable para conseguir el efecto anticonceptivo”.


Es lo que pone de manifiesto en la última encuesta publicada por la Sociedad Española de Contracepción (SEC) en noviembre pasado sobre hábitos de consumo de anticonceptivos. A pesar de confirmar que la pastilla anticonceptiva es el segundo método de prevención de embarazos más usado, solo por detrás del preservativo, se destaca que los frenos más importantes a su consumo tienen que ver con la preocupación de las mujeres por su salud (61,5%) y, dentro de estas inquietudes, lo que más sospechas genera son los riesgos derivados del uso de hormonas (29,1%).


Mar Muñoz, jefa de Ginecología y Obstetricia del Hospital Universitario La Paz, afirma con rotundidad que “las píldoras son seguras, aunque no sean inocuas”. La experta recuerda que, como todos los medicamentos, presentan una serie de contraindicaciones y efectos adversos que se debe tener en cuenta previamente. “Una mujer no debería empezar a tomar una píldora por su cuenta, tiene que ser siempre prescrita por un médico, que va a chequear previamente los principales problemas que pueden producirse”, explica la doctora.


Los efectos secundarios más frecuentes son tensión mamaria, retención hídrica, cefalea, ligero aumento de peso, incremento de celulitis, inhibición del deseo sexual, acné, alteración del estado de ánimo o manchas en la cara. Efectos que, tal y como asegura Francisco Carmona, jefe del Servicio de Ginecología del Hospital Clínic de Barcelona y catedrático de la Universitat de Barcelona, son “leves y bien tolerables”.


Las contraindicaciones implican que una mujer que en un momento dado ha sido apta para tomar la pastilla puede dejar de serlo si sus circunstancias cambian. Todos los expertos consultados aseguran que estos efectos tienen un carácter transitorio y suelen ceder con el paso del tiempo: “Cuando una mujer comienza a tomar anticonceptivos orales tiene que entender que va a tener que vivir un periodo de adaptación”, apunta Gutiérrez Alés.


Se pueden producir efectos secundarios más graves que, según Gutiérrez Alés, tienden a aparecer al poco tiempo de comenzar a tomar la pastilla y suelen estar relacionados con las contraindicaciones. Algunos de ellos son un aumento de los triglicéridos, aparición de trombosis, coágulos de sangre en piernas o eritemas nodosos o multiformes.


Por tanto, conocer las contraindicaciones (y en qué supuestos la pastilla no está indicada) es casi más importante que los efectos adversos. Mujeres con migrañas con auras, pacientes que hayan padecido un cáncer de mama reciente, personas con diabetes descompensada, hipertensas o con problemas hepáticos de cierta relevancia como la hepatitis componen la lista de situaciones en las que no es recomendada la pastilla. Y, sobre todo, tener tendencia a padecer tromboembolismos ya que la pastilla eleva en estos pacientes el riesgo de accidentes cardiovasculares y coágulos.


Una mujer que en un momento dado ha sido apta para tomar la pastilla puede dejar de serlo si sus circunstancias cambian. Gutiérrez Alés da un ejemplo: “Puede que yo tome pastillas y no pase nada, pero si de repente me rompo la pierna y debo guardar reposo tres meses, las nuevas circunstancias pueden aumentar el riesgo de trombosis”. De ahí que sean tan importantes las reuniones bianuales con el ginecólogo, el cual debe actualizar el historial clínico de la paciente y confirmar que puede seguir tomando la pastilla.


El estrógeno: culpable de los efectos secundarios graves


Para explicar por qué la pastilla no siempre es aconsejable en estos casos, hay que mirar a uno de los dos ingredientes que llevan: el estrógeno (el otro es el gestágeno). Esta hormona se incluye por razones que tienen que ver más con la regulación de la menstruación y los sangrados que con la prevención del embarazo. El gestágeno, cuyo tipo más común es el etinilestradiol, hace también que aumente el riesgo de eventos tromboembólicos.


Por supuesto que existen pastillas de tipo combinado –con dos hormonas, estrógeno y gestágeno– o solo de gestágeno: “Si utilizas un método anticonceptivo que solo lleve gestágeno, te estás librando de esos fenómenos tromboembólicos, pero se altera un poco el ritmo de menstruación y el patrón de sangrado”, señala Carmona, del Clínic. Por eso, las que llevan solo gestágeno se emplean sobre todo “en casos muy concretos, como por ejemplo en la lactancia, en mujeres con un elevado riesgo de eventos tromboembólicos o en las de edad avanzada que son fumadoras”, señala Muñoz, de La Paz.


A pesar de tener más efectos adversos, la que se consume de forma más habitual siempre es la combinada (dos hormonas). Su ventaja principal es que, como hemos dicho antes, consigue que haya un control en la menstruación, es decir, “que las mujeres consigan la mayoría de las veces tener una regla perfecta, una vez al mes, escasa y sin dolores”, apunta Muñoz. También previene la endometriosis, reduce el riesgo de cáncer de ovario y de endometrio de forma permanente, así como de miomas, y protege frente a las futuras osteoporosis.



Un tipo de pastilla para cada mujer


Al elegir qué tipo de anticonceptivo oral recetar, los médicos se fijan también en el tamaño de la dosis y el tipo de gestágeno que contienen, porque eso les va a permitir añadir una serie de extras en función de la situación particular de cada paciente. No es lo mismo que tengan una cierta tendencia a tener más vello, acné o que tengan tendencia a tener ovario poliquístico, ya que “a estas mujeres les viene mejor un tipo de hormonas que otras”, señala Carmona. “Al final, tienes que ir intentando personalizarlas para escoger el gestágeno adecuado”, concluye.

Este abanico de posibilidades permite que el tratamiento anticonceptivo sea muy personalizado, aunque no siempre se acierta a la primera: “Es más un sistema de prueba y error. No tenemos una pauta clara de a qué mujer le sirve mejor una pastilla u otra. Muchas veces damos una, y vemos si le va bien. Si no, cambiamos a otra”, reconoce Carmona. Por eso es vital que, sobre todos los primeros meses, se acuda al médico para hacer una valoración general y determinar si es necesario otro tipo de pastilla o si esa va bien.

En un caso extremo, hay que paralizar el tratamiento y buscar alternativas: “Lo mismo que existe en pastillas, lo tenemos también en parche y en anillo vaginal; lo que cambia es la vía de administración”, afirma Muñoz. “La ventaja es que la mujer puede elegir. Tenemos una oferta variada y segura, con muchos métodos de planificación que son altamente eficaces”, asegura la doctora.

 
Falta de comunicación

Si las pastillas son seguras, ¿por qué algunas mujeres siguen teniendo estas preocupaciones? Gran parte del problema viene precisamente de una comunicación insuficiente con la paciente: “Hemos descubierto hace ya mucho tiempo que la formación específica en anticoncepción era muy deficitaria”, reconoce Gutiérrez Alés, de la SEC. “La formación en materia de asesoramiento es nuestro gran reto”, concluye. Su colega Carmona coincide: “Estas cosas, más que un gasto o una pérdida de tiempo, son una inversión en confianza”.