Se presentó en FM La Patriada, el lanzamiento del quinto
disco solista del Indio Solari , El ruiseñor, el amor y la muerte. Se hizo en
un clima que se sabía amistoso, es decir, no crítico. Y también con una
impronta independiente (cooperativa), como volviendo a la vida los orígenes que
motivaron la "gran", la más importante conformación del Indio Solari
(sujeto y objeto de esta presentación): Los Redondos.
Se entienden como marco las idas y venidas, la discusión
desde el propio seno del grupo, sobre ser o no ser main. Pero también se
entiende el gesto de presentar un álbum que vende o venderá bien, en un lugar
alternativo, es decir, lejos de lo lucrativo.
¿Qué pasó? Se edita su quinto disco solista del cantante de
Paricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Y, aunque ya se habían lanzado
oficialmente dos temas ("Stranger Danger" y "El martillo de las
brujas"), también hubo circulación de un tercer track, el que da nombre al
disco. Y más: otras filtraciones por redes.
En términos generales, el álbum se siente de manera empática
con los oyentes. No complaciente, pero más familiar (si es que este término
define lo empático) con el público. Antes del programa de Marcelo Figueras, las
emisiones de la radio fueron anticipando lo que iba a suceder en Big Bang, el
programa del conductor. Así pasó que la voz de Andrés Calamaro (uno de los
conductores de la radio, recitó una selección personal y previa de temas de
Solari (que luego se escucharon).
Y, a las 10 de la noche, cual cenicienta adelantada, el
mundo se detuvo. Y se detectó lo que va evolucionando (¿será así?) en las aves:
de pajaritos (leit motiv del anterior álbum, a ruiseñores, que guían el nuevo).
Entre otras cosas, muchas de ellas interpretadas o tamizadas
por el conductor de la emisión (clarificantes, manifiestamente amigables pero,
sobre todo, analíticas de la envergadura de la figura y de la obra de Solari),
se constata que el incipiente ámbul oscila entre lo festivo y lo oscuro, que
habla y hace cuerpo en la idea de la muerte, que hay rock y hay pop, y que la
voz del Indio está tan presente como también se oculta. Como cediendo lugar.
Es obvio, porque el volumen del que canta está tapado frente
la instrumentación en la mayoría de los temas. Y también, volviendo al gesto,
es obvio por el lugar en que se pone como voz cantante. Como en "El
callejón de los milagros", en el que se vislumbra una especie de coro de barrabravas y en la que
Solari es una voz más.
Figueras habla de disociación entre la alegría y lo que está
contando. Real. Y efectivo. Conviviendo, como en otros de los tracks: "La
oscuridad", "El ruiseñor, el amor y la muerte", "El
martillo de las brujas", "Ostende hotel".
Cierto rasgo de artificio presente en otros discos solistas
parece desvanecerse en la autenticidad de la propuesta. Tal es así, que nos
vuelve a los personajes más emblemáticos y reconocibles de Los Redondos: los
crápulas. Porque los protagonistas que circulan en los temas musicales (desde
el primero hasta el último disco de su banda original), evidencian
características compartidas con los nuevos temas: son chantas, o fracasados, o
cínicos o farsantes, o todas estas características juntas (tal y como lo
postula Jorge Monteleone en su ensayo, "Figuras de la pasión
roquera"). Y la relación idiosincrática vuelve, más allá de los contextos
diversos de producción de las canciones a lo largo del tiempo. El "traidor
laborioso" está en sintonía con los personajes que él suele retomar desde
la novela policial negra y desde el comic under corrosivo (al que rinde
homenaje en el nombre de Robert Crumb). Obviamente, a estas formas de
construirlo, o a esta gente, es a la que Carlos S. Rinde homenaje: a sus padres
(en la tapa del disco) y a sus influencias artísticas, a sus afinidades
electivas: como Robert Crumb. Y otros: músicos, artistas plásticos, cineastas,
escritores.
"Hay voluntad del Indio de retirarse para que nada
interfiera en el poder esencial de la canción", sintetiza Figueras. Y el
disco cierra con "El que la seca la llena", el mandato popular que
dictamina que el que consume el último trago, se obliga a reponerlo. Ni más ni
menos que el principio, o el fin. O la respetuosa y agridulce incertidumbre
artística que le permite al Indio cambiar radicalmente la letra de su última
canción, para hacer ambiguo el mensaje y, a su vez, convertir "los amores
se cruzan siempre con la tristeza", en un camino que se cruza "con
alegría".