Sus resultados, publicados en Neuropsychopharmacology, apuntan a la comprensión del funcionamiento de esta estructura cerebral y podrían contribuir hacia el avance del tratamiento de patologías asociadas a la expresión del miedo, como fobias, trastornos de ansiedad, estrés postraumático, entre otras.
Según describe Piriz, se sabe que la habénula lateral participa en la codificación de eventos negativos; es decir, cuando algo no nos gusta se activa la habénula lateral. Lo que quiso estudiar su equipo entonces fue de qué manera esa estructura se relaciona con la formación de memorias de miedo.
Para ello, siguieron el condicionamiento pavloviano, un paradigma de aprendizaje según el cual se produce una asociación entre dos estímulos. En el clásico experimento del fisiólogo ruso, tras poner alimento en la boca del perro que estaba investigando, éste empezaba a segregar saliva procedente de determinadas glándulas. Pavlov denominó este fenómeno como “reflejo de salivación”.
Al realizar el experimento en repetidas ocasiones, observó que su presencia (la del propio Pavlov) causaba que el perro empezara a segregar saliva sin tener la comida presente, pues había aprendido que cuando Pavlov se presentaba en el laboratorio, iba a recibir comida.
Más adelante, Pavlov empezó a aplicar distintos estímulos (auditivos y visuales) que entonces eran neutros, justo antes de servirle la comida al perro. Sus resultados indicaron que, tras varias aplicaciones, el animal asociaba los estímulos (ahora estímulos condicionados) con la comida.
En el trabajo de Piriz y Sachella, en cambio, el refuerzo fue negativo: durante el entrenamiento se presentó ante un roedor (un modelo murino) un tono que anticipaba un pequeño choque eléctrico de un segundo, un protocolo que no produce alteraciones temporales, ni permanentes en el sujeto de estudio.
“Así, los animales normalmente aprenden dos cosas, por un lado, que la presentación del tono es peligrosa y por el otro, que el contexto en el cual recibieron la descarga eléctrica también es peligroso”, declara Piriz sobre los resultados de los ensayos. “Dos aprendizajes que tradicionalmente se pensaban separados”, advierte Sachella.
En paralelo, activaron y silenciaron la habénula lateral temporalmente durante los experimentos (mediante técnicas farmacológicas y optogenéticas) para evaluar la participación de esta región del cerebro en el condicionamiento.
“Encontramos que si la habénula lateral no está, estos dos aprendizajes —sobre tono y contexto— no se producen en forma separada, sino que se originan de forma conjunta”, explica Sachella. Lo que sugiere que la estructura analizada participaría en el condicionamiento del miedo.
Piriz cree que la habénula lateral constituye una estructura sobre la cual es posible volver a actuar para entender la manera en que se producen los mecanismos del aprendizaje, “por ejemplo en aprendizajes equivocados, patológicos, del miedo que son la base de enfermedades como fobias, trastornos de ansiedad, estrés postraumático, entre otras”, sostiene.
“Se generaliza el miedo de una forma tan extrema que se comienza a presentar miedo en situaciones en las cuales no tendría que existir, por esto, potencialmente, es interesante haber encontrado una estructura que regula la generalización del miedo”, concluye.
“Se abre la posibilidad de que sea un blanco para tratar las enfermedades asociadas a anomalías de la expresión del miedo”, finaliza Sachella.