Boca empató a Brasil y clasificó a la semifinal de la Libertadores

Escrito por misionesalinstante

5 de octubre de 2018

Porque padeció pero transpiró, metió y corrió. Ya no es el
equipo bicampeón que lastimaba con sus alas. Ahora defienden. Y se sostiene
Boca en el corazón de Barrios y Nandez, que dejaron huella grande en el
Mineirao. Ahora viene Palmeiras y Boca sigue siendo un gran signo de pregunta.
Pero al menos en Belo Horizonte, el corazón siguió latiendo. El VAR puede
revisarlo.

Fue todo tensión el juego. A los 10 segundos Cruzeiro pateó
al arco. Eso fue el inicio de un partido cargado de hostilidad en la previa y con
un estadio en ebullición. Cruzeiro se posicionó con furia en ataque y Boca,
como se intuía, retrasó a sus alas -Pavón y Villa- hasta el mediocampo. Ese
primer remate fue premonitorio para un comienzo de nervios.

El 4-5-1 de Boca fue notorio. Con Villa de cuatro bis y
Pavón haciendo lo mismo en el otro lateral. Cuando cambiaron de costado
hicieron el mismo trabajo. Con Barrios pegado a los centrales y Nandez con
Pérez para buscar acompañar las líneas. El trabajo se quedó por la mitad,
porque la presión del local llevó a Boca a revolear cada pelota sin sentido y
con la exigencia de volver a concentrarse en la marca.

Boca recién respiró cuando Villa empezó a escalar por su
sector. Fue puro oxígeno para el equipo cada estocada a las espaldas de Egídio,
pero le faltó alguien que entendiera que ahí se podía hacer daño. Pavón pocas
veces lo acompañó y Zárate se desgastó de espaldas a los centrales locales. En
media hora de juego, el equipo de Guillermo se pareció a los de Julio Falcioni:
invertir mucho en defender y atacar a cuentagotas.

El VAR, ese sistema que llegó para aniquilar el fútbol con
errores, se pidió a gritos cuando Villa cayó en el área. No fue penal, pero
tampoco se revisó. Boca reclamó también una mano de Dedé. No existió. Y en el
final de esa primera parte, cuando Pérez (errático y fastidioso como siempre en
el último tiempo) había regalado un tiro libre innecesario, el grito de gol de
Barcos se anuló por una pierna en alto de Dedé. Para la reflexión: un jugador
que quebró la mandíbula de Andrada fue con los tapones de lleno a la cabeza de
Rossi. ¿El VAR no debería penar esa acción?

El mediocampo de Boca se resintió como nunca con Barrios
adolorido en la cara posterior del muslo derecho. Jugó a una marcha menos el
corazón y alma del equipo. Eso es tan cierto como que la propuesta del Mellizo
aniquiló opciones de elaboración. Pelotazos y a la segunda jugada; alguna
gambeta individual y pelotas detenidas. Nada más. Así, en esa primera etapa, el
partido se jugó al ritmo del griterío infernal de las más de 50 mil almas del
Mineirao. Desordenado, el local buscó a De Arrascaeta pero lo más peligroso
fueron las trepadas de Egídio y el buen trato de la pelota de Henrique.

Es cierto. Pese a que a Boca le costó hacer pie, Rossi
tampoco trabajó demasiado en el inicio. Apenas tuvo que sacar un tremendo
derechazo de Silva que pedía ángulo, pero los centros que cayeron en la primera
mitad advirtieron que algo no estaba bien. La mitad del trabajo estaba hecho.

Pero a Boca le pegaron rápido en la segunda etapa. Primero
un offside evitó un claro penal de Magallán. Pero ni siquiera eso tranquilizó a
los de Barros Schelotto. Un centro que nadie pudo rechazar le quedó a Sassá,
que hacía segundos había entrado. El gol levantó a la fiera y paralizó a todo
Boca, que miró cómo cada dividida fue para los de azul y cómo le llovieron
centros a Rossi, quien volvió a mostrarse débil para reaccionar ante un
escenario negativo.

El ingreso de Gago por Pérez intentó ser para tener la
pelota. Falló. Con el cambio de Ábila por Zárate, Guillermo buscó que Boca
tuviese algo de respiro en cada rechazo desde el fondo. Es que Nandez y Villa
ya no tenían aire. El cabezazo del nueve en el palo (en fuera de juego), justo
después de la expulsión de Dedé, pareció un mal guiño del destino. Lo que de un
lado salió, del otro lo devolvió el palo.

Con superioridad numérica, solo quedó tiempo para que Rossi
haga público un error que pudo costar la clasificación y para que Gago
demuestre, con un par de pases, que todo lo que le sobra de talento le falta de
físico. También para que Pavón haya terminado una noche imprecisa con el gran
grito de desahogo. El destino dirá hasta dónde puede llegar este equipo jugando
así. Una certeza: en Belo Horizonte no estaba el final.