Dolor y reflexión: la carta de una madre tras la muerte de su hijo estudiante de la EPET Nº 1

5 de octubre de 2025

El profundo dolor de una madre conmovió a toda la comunidad misionera tras la muerte de su hijo, Lautaro Martín Fulan Sandoval, alumno de 15 años de la EPET Nº 1 de Posadas. Días después de la tragedia, su mamá, Paula S., publicó en redes sociales una extensa y conmovedora carta en la que relató quién era su hijo, cómo lo acompañaron en su vida y cómo, pese a todos los esfuerzos familiares y profesionales, el joven no pudo superar “eso”, como ella llama a ese vacío interno imposible de ver.

El caso generó una enorme repercusión en Misiones. La escuela técnica declaró duelo institucional y suspendió las clases, mientras cientos de estudiantes y docentes acompañaron a la familia en el velorio y expresaron su apoyo. En su carta, Paula buscó derribar prejuicios y remarcar que su hijo estaba contenido, amado y seguido de cerca por su familia, su entorno escolar y profesionales, pero que aun así el dolor interno que lo afectaba terminó siendo más fuerte.

“Lauti estaba acompañado constantemente, en todos los sentidos… 30 metros solo bastaron para que eso lo avasallara”, escribió. Su testimonio, de una sinceridad y humanidad desgarradoras, invita a reflexionar sobre la salud mental adolescente, el acompañamiento familiar y los límites de la prevención.

La madre también agradeció a todos quienes se acercaron en los días posteriores a la pérdida y pidió a la sociedad que no deje de cuidar a los jóvenes: “A las familias, a pesar de que hacer todo a veces no alcanza, no bajen los brazos nunca. No se cansen de decir te amo”.

“El día después del mañana llegó” — Carta completa de Paula S., mamá de Lautaro

El día después del mañana llegó. Mi bebé mayor eligió un camino que para nuestro entendimiento es el peor, pero para él el único que pudo tomar. Solo las personas que pasamos por lo mismo pero que pudimos poner freno de mano a tiempo para seguir acá entendemos lo que sintió, no hay forma de explicar ese estado pero lo voy a intentar…

A veces, el millonario tiene el TODO según la sociedad porque «eso» no se ve, a veces el que siempre está de buen humor es alegre pero «eso» no se ve, a veces el profesional bien asentado no le falta nada pero «eso» no se ve, a veces el auto, la casa, la compu, la ropa, el tipo de celular, el tipo de comida o las cosas que usa, todo eso que se VE no es TODO lo que se necesita.

A veces el acompañamiento no alcanza, la ayuda no es suficiente, los abrazos no llegan a «eso» por más fuertes que sean. Hay una parte, individual, inalcanzable para el resto, profunda y muy personal que no hay forma ni de identificar para ponerle un nombre, pero ESO es.

ESO en casa, con la enorme familia que tiene Lauti, lo pudimos ver… Abrazamos desde casa, pedimos ayuda profesional, alertamos a los entornos, hicimos todo lo del manual y todo lo que en las redes suponen que no se hizo, pero no alcanzó. El ESO de Lauti lo manipuló, y se lo llevó.

Ese maldito agujero negro interno con el que no hay fuerza existente para luchar, porque se hizo todo, TODO.

Lau, mi amorcito, era un niño que todos los días escuchaba mil te amo, de su hermana, de mí, de sus abuelos, de sus tíos… No digo amigos porque Lauti es autista y en lo que le afectaba el espectro era en la sociabilidad… No sabía cómo hacerlo, no vino con ese chip, y por eso formaba parte de un hermoso grupo de desarrollo social grupal en el instituto de social mentic, donde buscamos darles las herramientas necesarias, por eso él era «raro», se aislaba en grandes grupos porque se abrumaba, él usaba canceladores de sonido porque la escuela que ÉL eligió para cursar su secundario era una muy grande, con talleres, con muchos niños, donde los sonidos eran constantes y para él demasiados fuertes.

Aun así él quería ir ahí, cosa que ni siquiera estaba entre mis opciones pero él quería seguir programación y esa escuela era la mejor. Él no estaba aislado por no sentir, estaba aislado porque sentía demasiado: el ruido de las puertas, ventanas, pasos, lápices rozando en una cartuchera, cierres de mochilas que se abren y cierran, tableros que se acomodan, herramientas en uso… todo, todo al mismo tiempo.

Lauti se levantaba a las 5 porque, a pesar de que vivimos a menos de 5 minutos de la escuela, él quería hacer todo a su tiempo. Desayunaba, se bañaba, a veces ordenaba su cama y lavaba su taza, guardaba en su mochila su galletita y agua, me avisaba si tenía efectivo, guardaba sus canceladores y salía por la puerta todos los días con un «te amo ma, que te vaya bien en la mañana» y escuchando «te amo mi amor, a vos también, anotá todas las tareas para no olvidarte, te amo mi cielo» (besito en la frente, que él me daba porque era mucho más alto que yo, la mamá).

Volvía, hablábamos de lo que se hizo en la mañana, anotaba en la heladera si había que preparar alguna tarea, jugaba con los gatos y la perrita que tenemos y almorzábamos. Me decía “ya puse la alarma”, 13.30 sonaba para cambiarse porque de lunes a jueves volvía a la escuela para las 14. No era de faltar, 8 faltas tuvo en el año.

Los lunes, después del taller de la escuela, se iba a social mentic, donde tratábamos de cubrir lo que le faltaba, y este último lunes vino muy contento porque iban a comenzar un proyecto por el Día de las Madres que lo entusiasmó.

Tenía mucha facilidad para aprender, pero solía dejar todo para último momento… o rendir todo junto porque en la planificación anual de una materia él la abordaba en una semana. Su mente, una cosa imposible de explicar: su lógica, su comprensión, su compasión, sus salidas…

Le molestaban mucho los comentarios racistas, siempre saltaba como térmica si escuchaba alguno, no le gustaba Trump ni Elon Musk y si le preguntabas por qué, había que prepararse, porque te explicaba hasta de la política de Estados Unidos como si fuera como preparar una chocolatada… Uno terminaba en cortocircuito porque tenía y daba mucha información que solo él procesaba de esa forma.

Se bañaba mínimo dos veces por día, pero siempre quería evitar lavarse la cabeza porque su sensibilidad del cuero cabelludo le molestaba.

Jugábamos piedra, papel o tijera una vez por día para ver quién amaba más al otro, y el resultado duraba 24 horas. Ahí lo volvíamos a hacer.

Lauti te decía en el día 10 veces “hola” y “¿cómo estás?”. La gente cercana lo sabe… Era su tic.

Amado a más no poder por todos, yo no encontraba más formas de hacérselo saber. Su hermanita lo cuidaba y él a ella como si fuera un contrato invisible. Sus abuelos, tíos, primos… todos.

Pero «eso» ganó un espacio al que no pudimos llegar. Estaba acompañado constantemente, en todos los sentidos… 30 metros solo bastaron para que «eso» lo avasallara… No había forma de prevenirlo. Algunos piensan que está todo escrito, otros que se va escribiendo. No lo voy a saber hasta que lo vuelva a encontrar en el más allá.

Hablaron mucho de bullying en las redes y demás y quiero decirles: Lauti hablaba de todo conmigo, y lo hemos hablado. Él me decía que en la escuela no lo molestaban más que lo normal de la edad. “Se ríen de cada pavada, ma”, me decía. Nunca vino de la escuela mal, sí cansado, pero angustiado o con alguna señal de molestia emocional de allá, no.

Yo no sé cómo era por dentro en la escuela, pero sí sé que Edu y Agus, sus amigos que vinieron a casa en varias oportunidades, eran sus conectores con el resto.

El día de despedida, la escuela EPET Nº 1 estuvo presente: sus profes, rector y muchos alumnos fueron. Niños de 14 años para arriba, sin dirección de ningún adulto, rodearon su cajoncito y oraron en voz alta. Después ayudaron a servir agua a los adultos de la sala.

Yo no sé si hubo algo dentro de la escuela, las pericias policiales dirán si así fue y, a partir de allí, accionaré como deba. Pero hoy, con lo que vi y escuché y sentí, nada fuera de lo común para la edad pasaba puertas adentro, y puertas afuera se comportaron como adultos esos chicos.

Llegaron con florcitas y abrazos para mí y para su hermanita. Así que agradezco a los padres de estos chicos porque es un futuro hermoso el que están construyendo.

Las autoridades de la escuela estuvieron presentes, así como también del gabinete psicopedagógico, que ya conocía porque soy una mamá que hacía lo que tenía que hacer y la escuela estaba al tanto de su diagnóstico y trabajamos en conjunto.

En otro momento seguro haré una reflexión acerca de la escuela, cosa que hace falta que como sociedad tomemos conciencia porque se le pide mucho, pero en la reunión de padres somos siempre los mismos, y la cooperadora, como no es obligatoria, la pagamos siempre los mismos… pero ahí dejaré ese tema. Después tomaré eso aparte.

En fin, Lauti, mi pequeñito gigante, estaba acompañado, amado, todo un sistema de conexiones entre familia, psicólogas y escuela lo trató de sostener y guiar para lo que para nosotros era mejor. Su «eso» avasalló todo pronóstico, todo intento de prevención, todo.

A las familias, a pesar de que hacer todo a veces no alcanza, no bajen los brazos nunca. No se cansen de decir te amo, de dar abrazos. Eso hoy a mí personalmente me deja en paz.

No hace falta explicar todo lo obvio del dolor insoportable que parte el alma como un rayo en dos, el dolor que desarma todo intento de levantarse como una ola a un castillito de arena en la orilla. Pero no quedó nada por hacer, no quedó tinta en el tintero.

A los adolescentes hay que cuidarlos, a TODOS: a los que son vulnerables y a los que atacan, porque el que ataca es porque es lo que aprendió. El que ataca e intenta lastimar usa el lenguaje que aprendió, nadie habla un idioma que no conoce. Así que cuidemos a nuestros adolescentes. Al que ataca hay que mostrarle una nueva forma de actuar, actuando.

Amén, amén, amén. Es lo único que va a salvar el futuro, porque sin una sociedad empática y que sepa amar, no somos nada; nos vamos a terminar matando entre nosotros. Busquemos empatía, y si no hay, hay que mostrarla.

Gracias a mi familia, a la familia del papá, a todos todos nuestros amigos y conocidos… No faltó nadie acompañando.

A mis guías favoritas Lula y Vivi de social mentic, que se portaron como Dios manda.

A mi nuevo amor, club boxing (gente de la buena).

A la UNaM, mis profes que se acercaron y mi director de carrera.

A la escuela de Lauti, que estuvieron más de lo que deberían.

A mis compañeros de trabajo, a los compañeros de papá.

Todos fueron necesarios.