A cualquier hora del día —y de la noche— el zumbido de motocicletas y autos con escapes libres interrumpe conversaciones, altera el descanso, irrita y, sobre todo, evidencia la ausencia de controles reales.
Pese a que en la capital misionera rige la Ordenanza VI – Nº 14, que establece límites claros a los niveles de ruido permitidos y prohíbe expresamente los escapes adulterados, la norma parece letra muerta. Desde los organismos encargados de su cumplimiento, como el sector de Ruidos Molestos de la Municipalidad y las fuerzas policiales, las respuestas van desde la inacción hasta el silencio.
Vecinos de distintos barrios —desde Villa Sarita hasta Itaembé Miní— coinciden en el diagnóstico: el problema está cada vez peor y no hay nadie que actúe con firmeza. “Es como vivir en una pista de carreras. No importa si es mediodía o las tres de la mañana, las motos pasan haciendo un estruendo que te despierta o te impide dormir”, comenta Rosa Méndez, vecina de la zona oeste. “Llamamos, mandamos mensajes, hicimos denuncias por todos lados. Nadie responde. O lo hacen cuando ya es demasiado tarde”.
La frustración crece al ver que los operativos de control son escasos y mal comunicados. “Hace meses que no vemos a ningún inspector detener motos por este tema. La gente hace lo que quiere porque sabe que nadie les va a decir nada”, agrega Jorge González, comerciante del centro. “Y la policía, directamente, ni se involucra”.
La ordenanza municipal establece mecanismos para denunciar este tipo de infracciones y fija sanciones para los infractores. Sin embargo, los canales oficiales —como el área de Ruidos Molestos— no responden llamados ni mensajes, o lo hacen con demoras que tornan inútil cualquier intervención. Mientras tanto, quienes cumplen las normas deben convivir con el hartazgo.
“Nos sentimos desprotegidos. ¿De qué sirve tener una ordenanza si nadie la hace cumplir?”, se pregunta Carla Aguirre, madre de dos niños pequeños. “A mi hijo le cuesta dormir por las explosiones de las motos. Esto no es solo molesto, es una agresión constante al bienestar de todos”.
En el corazón del problema está la falta de coordinación entre los distintos estamentos del Estado. Ni la Municipalidad refuerza los controles, ni la policía actúa de oficio. Los escapes libres no solo contaminan acústicamente: también son sinónimo de ilegalidad tolerada.
En una ciudad que intenta mostrarse como moderna y habitable, el estruendo de un escape modificado no solo ensordece —también denuncia. Y lo que denuncia es una alarmante indiferencia institucional ante un problema cotidiano, pero urgente.