El desarrollo fue publicado en la revista académica Plos One y abre las puertas al diseño de nuevas técnicas de cría, así como también a la selección del sexo con el objetivo de preservar especies en peligro de extinción y diversas utilizaciones relacionadas con fines deportivos. Hasta el momento, este fenómeno solo se había registrado en casos aislados de perros, lobos y ratones.
“Cuando nació la hembra no entendíamos nada. Nos descolocó totalmente. Por los estándares de control que tenemos, ese error no podría haber surgido en el laboratorio. Pensamos que el problema podía relacionarse en el momento de la transferencia del embrión hacia la receptora que gestó ese clon durante 11 meses, pero fueron necesarias varias pruebas para descartar opciones”, confiesa Gabriel Vichera, cofundador y director científico de Kheiron Biotech, el laboratorio a cargo del procedimiento.
Debió transcurrir un tiempo considerable para que la noticia fuera comunicada y el paper que detalla la investigación al respecto fuera publicado. En el presente, el clon tiene dos años y su estado de salud es normal; sin embargo, aunque tiene útero y ovarios, no posee el nivel de desarrollo que comúnmente exhiben otras yeguas de su edad. Por este motivo, si bien restan estudios a confirmar, se prevé que podría ser infértil.
¿Cómo sucedió el fenómeno?
En esta oportunidad, el equipo de especialistas argentinos acudió a la transferencia nuclear de células somáticas, una técnica que se emplea usualmente en el campo de la biotecnología aplicada al rubro (de hecho, en 1996 la oveja Dolly fue creada de ese modo) y que consiste en seleccionar una célula del animal a replicar y fusionarla con un óvulo de otro ejemplar. Así es como se genera, en una instancia posterior, un embrión in vitro que más tarde es implantado en una hembra adulta.
No obstante, algo salió mal. La hipótesis es que se trató de una pérdida espontánea del cromosoma Y, gracias a una situación imprevista vinculada al estrés que afrontó el cultivo del tejido durante el procedimiento de clonación. Vale recordar que los mamíferos poseen dos cromosomas sexuales denominados X e Y, y que su combinación determina el sexo. Mientras que para las hembras, el par del cromosoma 23 está constituido por dos copias del cromosoma X (XX); en los machos, el par del cromosoma 23 se conforma a partir de una copia del cromosoma X y una copia del cromosoma Y (XY).
Para comprobar esta situación realizaron un estudio de filiación desde la Sociedad Rural. De este modo lo narra Vichera: “A partir de este análisis se evaluaron diversos marcadores moleculares, que nos arrojaron luz al respecto. Lo primero que vimos es que la yegua que la gestó no era la madre. Ese dato nos permitió saber que la yegua nacida se trataba del resultado de un embrión in vitro. Ahí caímos en la cuenta de que estábamos en presencia de un caso único”.
Si bien en un primer momento, los científicos no podían comprender lo que había sucedido, en una segunda instancia se desmarcaron de la sorpresa y advirtieron que estaban protagonizando un hecho singular. “A partir de allí realizamos varios exámenes con genes específicos involucrados en la diferenciación sexual. Ello nos permitió advertir algunos indicios de que el cromosoma Y no estaba en esta yegua, que también era lógico porque era hembra. Luego de hacer el conteo y la identificación de los cromosomas mediante diversas técnicas, verificamos que se había perdido. Aunque el animal original era XY, este clon nació X0”, explica Vichera. Lo cierto es que el genotipo X0 se manifiesta como si fuera una hembra, es decir, como si fuera un XX.
El experto del Conicet Daniel Salamone define a la clonación como “el proceso mediante el cual se genera una suerte de hermano gemelo diferido en el tiempo, es decir, un ejemplar genéticamente idéntico sin haber sido producido en el marco de la misma gestación”. Para esta ocasión, entonces, se puede afirmar que es un clon porque, a pesar de haber perdido un fragmento, el resto del genoma es idéntico.
Deporte, extinción y límites bioéticos
En 2010, mientras Vichera culminaba su doctorado en temas vinculados a la clonación, el reconocido polista Adolfo Cambiaso vendía un clon de su mejor yegua (bautizada “Cuartetera”) al tenista David Nalbandian por nada menos que 800 mil dólares. El laboratorio era de Estados Unidos, porque hasta ese momento el mercado no estaba consolidado a nivel local, así que el flamante doctor, ni lento ni perezoso, al año siguiente, vio la oportunidad y fundó su propia compañía. Por aquella época, desde la UBA se lograba el primer clon equino de Sudamérica, así que el mercado explotó.
“En 2012 comenzamos a clonar comercialmente y al año siguiente nació el primer clon de un caballo de polo. Una yegua que sirvió como puntapié para el desarrollo local. En general, se clonan yeguas porque son más dóciles; también se utilizan machos, aunque se los castra de chicos”, explica. Y continúa: “Con este tipo de tecnologías, a partir de los machos que demuestran destrezas y son cracks, se podría generar clones pero que sean hembras”. De hecho, el 80 por ciento de los caballos que clonan desde Kheiron, luego, son utilizados para la práctica de este deporte.
“Lo que sucedió nos da la pauta de que se puede generar un clon de una yegua a partir de un macho y que tenga una vida absolutamente normal. Se abre un mercado nuevo al transformar los machos en hembras; se podría hacer tanto a partir de la replicación de la pérdida del cromosoma Y, es decir, como nosotros hicimos por error pero a propósito; así como también a través de otras tecnologías, como la edición génica”, completa Vichera.
Siempre emerge ruido cuando la biotecnología se introduce en asuntos que parecen subvertir el proceso evolutivo normal. De hecho, hay científicos que están a favor de la clonación porque de este modo se promueve la supervivencia de especies que, de otra manera, se extinguirían. A partir de esta herramienta, se aprovecha el material genético que podría perderse para siempre. En contraposición a ello, el argumento de quienes se oponen es que la extinción también tiene que ver con el proceso “normal” de la vida en la Tierra; y que la manipulación genética es un fenómeno con intereses subrepticios detrás.